Algo cambió en octubre, Ecuador ya no es el mismo. Asistimos a un punto de inflexión, una suerte de portal que nos podría llevar hacia un escenario nuevo, algo novedoso, acaso nunca antes visto… Pero, aquel portal tiene una fecha de expiración, el tiempo apremia y la otra opción, la otra opción es no dar el salto, preferir lo conocido, lo viejo conocido, optar por la seguridad de lo de siempre, ese triste pasado que se confunde con el hoy. EL MOMENTO ES AHORA.
Algo definitivamente cambió en octubre, sí, y por mucho que la prensa empresaria, autoproclamada depositaria de la opinión pública, se empeñe en pasar la página, su eco resuena en cada rincón de la Patria, y nos interpela. La verdad está en las calles, no en la pantalla del televisor o en el galimatías de las redes sociales, esa torre de babel donde todos se expresan pero muy pocos se entienden.
Ahora bien, el cambio no será fácil, no es un proceso automático, supone reconfigurar el sistema, adaptarlo a los nuevos tiempos. Lo primero es recuperar la política, esto es recuperar el conflicto, conflictuarlo todo. La política es una lucha por la construcción del sentido y la antipolítica es el mejor negocio para las élites, el elixir del establishment. Somos, por tanto, los jóvenes los llamados a reivindicar la lucha, con alegre rebeldía. Está en nuestra naturaleza, pero es que también forma parte de nuestra responsabilidad histórica. Somos los jóvenes, los que salimos en octubre a las calles de Ecuador, pero los que protestan en Chile, en Colombia, en Brasil, Bolivia y en todos los países sometidos a los designios del gran capital, somos nosotros quienes vamos a heredar el mundo, nos pertenece el derecho a decidir sobre él. Somos nosotros, los jóvenes, los llamados a instaurar la política con P mayúscula, pero para eso es preciso sepultar de una vez a todo el parque jurásico que ha secuestrado nuestra representación, a esos dinosaurios que siguen aferrados al poder, algunos buscando encorsetarse en el traje de outsiders, abjurando sus ideologías para cristalizar viejas ambiciones reñidas con nuestro futuro.
EL MOMENTO ES AHORA…
Es el momento del precariado, de los ninguneados, de los hermanos indígenas, ejemplo de lucha, de las mujeres, de los universitarios, de los sindicatos, médicos, transportistas, maestros, servidores públicos, y migrantes. Es el momento de los monos y de los longos, de los cholos y los negros, de los barrios, de la política barriobajera, de los vecinos, de las familias, de la clase media, de la Madre Tierra, de los emprendedores y de los religiosos, sí, de aquellos que suscriben la verdadera doctrina de Jesús, de aquel Maestro que expulsó a los mercaderes del templo. Es el momento de los estigmatizados, entiéndase: de los vándalos, zánganos, correístas, castrochavistas, indigenado del páramo, lumpen, feminazis y maricones. Es el momentum plebeyo, de la revolución para los descartados…
Es, en definitiva, una lucha de los de abajo contra los de arriba.
El antagonista es uno solo: el neoliberalismo, con sus escuderos ya harto conocidos, los que nos miran desde el palco en las alturas: la prensa empresaria con las pautas arriba pero con su credibilidad por los suelos, las cámaras, banqueros, caudillos, burócratas dorados, oligarcas y politiqueros enchufados. Frente a su odio de clase nuestra respuesta debe ser la tolerancia. No necesitamos enemigos, los reconocemos como adversarios. No replicaremos sus condenas morales, los combatiremos con ideas. Eso sí, seremos implacables con su aporofobia, desnudaremos su racismo, xenofobia, machismo y complejo de superioridad. Son una casta decadente que no cree en la democracia, que la ha quebrado, pero tienen el derecho a existir. Sus miserias nos enaltecen, nos justifican, nos permiten reconocernos como sus legítimos contradictores y… ¿saben qué? Somos mayoría, y a veces las mayorías tienen razón. La razón es el pueblo.
La revancha popular no es venganza, no, es la materialización del empoderameinto callejero, del hombre y la mujer de a pie. Es el resultado de la constitución del pueblo como actor político colectivo con un interés general. Hoy actuamos desde afuera, es cierto, pero llegaremos hacia dentro para rescatar las instituciones de una dictadura económica disfrazada de democracia liberal, para redistribuir la riqueza, para recuperar el rol del Estado como garante de nuestra dignidad, de nuestra seguridad, de nuestros derechos y libertades, para que nunca más el capital financiero se apropie de nuestra soberanía.
Vivimos una crisis de fondo, una crisis institucional, una crisis de la política como acción colectiva, como organización de la vida pública. Una crisis de régimen que se presenta como un llamado, es el momento, ha llegado el momento de articular el sujeto popular: Un bloque histórico que no sea simple suma de actores, que sea articulación entre demandas heterogéneas y que desemboque en ese gran pacto social que nos debemos. Es acaso el momento de pensar en una nueva forma de democracia…
Fundar un pueblo supone fraguar una voluntad colectiva, no solo representarlo. Construir un pueblo para que ese pueblo piense lo más posible y se involucre. No se trata de decirle al pueblo lo que debe pensar, hay que poner al pueblo en una situación en que la discusión política sea posible… De lo que se trata es de salvarnos de nuestros verdaderos enemigos. Construir hegemonía.
Tenemos un horizonte común, pero necesitamos líderes. ¿Quién puede cuestionar los verdaderos liderazgos, esos que van más allá de los simples personalismos?
Pero no basta con el ruido… El grito de desesperación que se escuchó en la insurrección de octubre debe poder organizarse y articularse. Solo con la unidad de lo popular podremos convertir la indignación en cambio político. Y EL MOMENTO, INSISTO, ES AHORA.
Hay proyectos que pueden representarnos, que mantienen un gran potencial articulador, pero hace falta actualizarlos, rejuvenecerlos, llenarlos de contenido. Necesitamos un proyecto que nos escuche, donde tengamos capacidad de opinar, de decidir. Que sea una cadena de equivalencias para constituir una identidad; un nosotros político. Un símbolo nacido de la contingencia pero con vocación de trascender, de hacerse carne. Necesitamos una alternativa por la que valga la pena luchar. Un proyecto que emocione, sí, no que ilusione: nuestro anclaje debe ser la razón.
Falta poco menos de dos años para que termine este mandato nefasto. Quienes piensan que aún no hay tiempo suficiente para tejer lo nuevo, se equivocan. Cada día cuenta… En tan solo dos años se ha destrozado el país. ¿Qué carajo estamos esperando?
¡EL MOMENTO ES AHORA!
Sin duda el momento es ahora. El «precariado» ecuatoriano integrado en un puño político. Creo que las necesidades fuerzan ese «ahora» que necesita un/a interprete electoral, justo ahí está lo difícil. Un correismo dogmático y necio, los pueblos y nacionalidades con hábitos infantiles y las organizaciones sociales apostando al mejor postor. Eso me preocupa. Pero hay que insistir en nuestro aporte porque es momento de hacer.