Opinión
El “nulo ideológico” y la realpolitik.
¿De qué sirvió?
No entraré en el análisis sobre lo poco o mucho que gravitó la opción del voto «nulo ideológico» en el triunfo de Guillermo Lasso. Si fue funcional o no, creo que a estas alturas resulta un debate estéril. Dejo la pedantería del «se los advertí» a quienes siguen empeñados en minar la construcción de un sujeto popular llamado hoy a enfrentar cuatro años más de neoliberalismo. Se trata de un error histórico, sin lugar a dudas, pero no es algo de lo que deba «hacerse cargo» exclusivamente el movimiento indígena, para nuestra mala suerte. Es el país el que ha perdido, más precisamente, es la mayoría popular la que ha perdido.
Echada la suerte, conviene sí responder a la pregunta formulada al inicio de este texto para empezar a trazar la ruta por la que ha de forjarse La Resistencia, misma que tarde o temprano deberá desarrollar una voluntad real de poder: convertirse en La Ofensiva. La unidad de la(s) izquierda(s) debe fraguarse en acciones que rebasen la estricta coyuntura (algo parecido leí en un tal libro “Estallido”), más aún si es de naturaleza electoral… A esa ofensiva le llegará su tiempo cuando comencemos a arribar a un consenso sobre la idea de bien común.
La pregunta ya no es ¿a quién sirvió?, sino ¿de qué sirvió, a efectos prácticos, un voto nulo “ideológico”? ¿De qué servirá seguir reivindicando pureza ideológica (“la verdadera izquierda”) cuando ahora las demandas populares se multiplicarán sin poder encontrar canales institucionales en un Estado cooptado por las mismas élites –poderes fácticos y financieros- que provocaron el estallido de octubre de 2019?
¿De cuánto sirve esa lucha por la apropiación de los significantes de la izquierda en un país cada vez más ajeno a debates ideologizados? ¿Es que no nos damos cuenta que en la disputa por “la verdad” de la izquierda estamos descuidando el mayor de nuestros déficits? La ausencia de un demos que reclame un mismo horizonte civilizatorio, una idea lograda de sentido común por el que valga la pena luchar. ¿De qué carajo sirve un rótulo (La izquierda) sin sujetos políticos y memoria histórica? He aquí la principal preocupación que debería interpelar a todos quienes nos planteamos construir una sociedad más justa, donde la gente viva vidas más decentes, más felices, más libres (libertad de la no dominación), más en armonía con la Pacha Mama, donde haya más posibilidades de vivir vidas sin miedo (miedo a la muerte, al abandono, a la ignorancia, a la discriminación, a la violencia). Cómo será de ingente la tarea que, en el mientras tanto, un banquero ha sido elegido para “aliviar” los dolores huérfanos de nuestro pueblo desclasado.
La mezquindad y mediocridad del “nulo ideológico” se retrata claramente en la “celebración” de Pérez Guartambel quien tuiteó recientemente: ¡Pachakutik y el voto nulo entierran al correísmo!. ¡Nula comprensión del momento histórico! ¡Nulo entendimiento de las identidades políticas! ¡Nulo juicio de lo que significan más de 4 millones de votos! El “correísmo” (poniéndole la etiqueta que queramos) representaba un piso mucho más alto que el “lassismo” (si es que tal cosa existe). Era precisamente esa la cuestión: qué gobierno nos dejaba un piso más alto para retomar la lucha para ir por más derechos, para sembrar más conciencia, para avanzar más en términos de dignidad. La respuesta era obvia, Arauz era la opción para seguir avanzando, condición de posibilidad para la dialéctica del progreso.
Pero hoy gobierna Lasso y sus socios socialcristianos, y no podemos esperar hasta el 2025 para aceptar de una maldita vez que la batalla tenemos que darla en el terreno construido por el adversario, ¡porque el adversario es hegemónico!; es ese el tablero en el que nos toca hacer nuestro ajedrez. Se puede pelear dentro y contra o dentro y tratando de atravesar ese tablero para darle un sentido diferente, de esto va la contrahegemonía: de ser capaz de operar dentro y fuera a la vez, o dentro y atravesando (Errejón, 2015). Por lo pronto, nos toca construir La Ofensiva desde afuera, primero como resistencia, pero luego como administración. El objetivo debe ser poner al Estado al servicio de las fuerzas populares, o mejor, acceder a él a través de coaliciones plebeyas. Propiciar esa sinergia entre gobierno y movimientos sociales.
Para lograrlo, hay que llegar a acuerdos, deponer los egos, tender puentes. Es la hora de comprometernos a hacer la única política que merece la pena y sirve a la gente: la política útil, la que soluciona los sobresaltos del día a día, la que no es parte del problema.
Más realpolitik para adaptarse a la realidad del momento, para actuar de manera pragmática en beneficio de las grandes mayorías. Política de la praxis que aspire a transformar la realidad por fuera de los dogmas. No olvidemos que el coste de la autocomplacencia, de mantenernos seguros entre nuestras “liturgias” escritas en piedra, es sencillamente renunciar a la batalla por el sentido común. Y sí, la realpolitik implica atreverse a equivocarse, asumir contradicciones y sortear señalamientos. Se trata de arremangarse la camisa y mancharse de realidad y eso, claro está, es mucho menos cómodo que la pureza de la derrota.
No pretende ésta ser una apología de un realismo político excesivo, donde quepan todo tipo de contradicciones, donde no existan fronteras éticas ni límites programáticos. Mi planteamiento va más allá de la concepción de la política como el arte de lo posible, de lo que se trata es de hacer posible lo “imposible” sin negar la realidad. De lo que se trata es de crear las condiciones para resignificar el sentido común hegemónico. ¡Guerra de posiciones, Leonidas! La política como arte de descubrir las potencialidades que existen en la situación concreta del Ecuador para hacer posible mañana lo que en el presente parece algo inalcanzable. De lo que se trata es de construir una correlación de fuerzas favorable al movimiento popular. Pero lo primero es construir ese nosotros político a partir de la distinción de un ellos. Sabemos quién es nuestro adversario, sabemos quiénes son nuestros opresores. En la lucha de clases las élites van ganando. Es la hora de construir el bloque histórico, ¡no tenemos tiempo que perder!
“Octubre raya en la epopeya. Acontecimiento preñado de rebeldía. Síntesis del trabajo voluntario masivo y de la honda capacidad constructiva/destructiva de los populares. (…) ¿Qué demanda la historia para que el esfuerzo de la clase trabajadora decante en una sociedad construida a su imagen y semejanza? Entre otros aspectos, que la vanidad y el espíritu de secta de la izquierda, y de la humanidad, se hagan añicos, y tras naufragar en sus propias nimiedades, se tornen forma mancomunada de sensatez y voluntad de poder” Leonidas Iza. Estallido. La rebelión de octubre en Ecuador. (2020, pág. 276)
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