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Opinión

¡La experiencia de mi amiga es la de todas!

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Mucho nos apoyamos las amigas y reconocemos lo valientes y fuertes que somos, porque, aunque “quejándonos” todos los días, hacemos todo lo que podemos, con errores por supuesto, para que nuestros hijos e hijas tengan la vida más feliz que puedan tener.

Pero la valentía y la fortaleza que reconocemos en nosotras mucho tiene que ver con las ausencias de los papás de nuestras guaguas. Uno ausente económico y físico; otro cumpliendo con lo mínimo o más bien con lo que la custodia le dice; otro, no paga la pensión; otro con su agresividad característica, pide cuentas sobre los 100 dólares pasados en el mes. A veces con llantos, a veces tristes, a veces indignadas, pero siempre viendo para arriba. La sororidad es nuestra arma, nos juntamos, hablamos “mal” de los papás de las guaguas y después nos reconocemos en nuestra fortaleza.

¿Fortaleza? ¿En serio?

No, no se trata de ser fuerte, se trata de estar cubriendo un espacio que alguien más ha dejado vacío. Tal vez es una “fortaleza a la fuerza”, porque no tenemos de otra, no nos han dejado otra opción. Si el guagua quiere entrenar fútbol y los zapatos le lastiman los pies, el papá dice “El xxx tiene que aprender a jugar con lo que tiene”. No, no estamos pidiendo los zapatos de Messi, solo unos que no le LASTIMEN. Si el papá tiene que cumplir con su obligación de ir a ver a sus hijas para cumplir con su derecho a las visitas, no, no es obligación de la madre explicar que el no va a asomar porque ella no puede irles a dejar.

Cuando mi amiga negociaba el régimen de visita, el papá de sus hijos dijo que si el tenía que irles a recoger y dejar en la casa a los guaguas, entonces que no podía hacerse cargo hasta las 7 pm, que solo hasta las 6:30, porque se le cruzaba con otras responsabilidades. Sí, negoció media hora con los guaguas porque tenía otras ocupaciones.

Conversando con una amiga divorciada pero ya más mayor, sus hijos son de mi edad (su hija tiene un hijo con papá ausente), me dijo “acostúmbrate, sabemos que es injusto pero las cosas no van a cambiar, sabes qué -y cerró la conversación- esto dura para toda la vida”. Tengo que vivir indignada, resignada, tengo que asumir que esto es injusto y continuar mirando al lado, mandándoles audios infinitos a mis amigas para desahogarme y seguir. Tengo que oírles a ellas sufrir buscando de donde pagar las cuentas, porque la ley tampoco nos ampara, porque si deciden renunciar a sus trabajos la ley les da el beneficio de bajar la pensión.

Como dice una amiga, ¡Cómo se atreven a cuestionarnos! Después de toda la ausencia… no se trata de pensiones, se trata de tiempo, de responsabilidad y de acompañar. Las mujeres sabemos que, aunque sea solas salimos adelante, porque nos toca, porque sabemos que, si hacemos lo que ellos, entonces quién se hace cargo de los guaguas. Construimos redes y hasta para nuestras “escapadas” nos apañamos. Irresponsabilidad privilegiada la de ellos porque cuando dicen no puedo, no tengo, no necesita, en el fondo (no tan en el fondo) saben que nosotras de cualquier manera sí podemos, sí tenemos, sí sabemos que necesitan o lo hacemos nosotras o nuestras redes de apoyo y cuidado.

Y lo más difícil de aceptar es que la experiencia de mi amiga no es extraordinaria, no es salida de lo común, no es la excepción de la regla, sino es la regla misma, la experiencia de ella es la mía y es la de todas.

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