Opinión
¿QUÉ TIPO DE LIBERTAD?
La libertad ha sido siempre una idea fuerza en el discurso de Guillermo Lasso. Dentro de su plan de gobierno consta como un objetivo primordial el “promover una economía de ciudadanos libres y prósperos, que busquen con libertad los medios para alcanzar su realización personal y familiar”. Muchos de sus asesores cercanos pertenecen a una fundación denominada “Ecuador Libre”, y en el foro iberoamericano denominado “Los desafíos de la libertad” afirmó que en su gobierno se acabará con la violación de las “libertades civiles”.
Por ello la pregunta deviene obvia: ¿Qué tipo de libertad es la que defiende Lasso y su partido político? Se trata evidentemente de una noción de libertad en sentido negativo, esto es, la libertad como “ausencia de interferencia”, en la que las máximas fundamentales rezan que “el pobre es pobre porque quiere” y que “cada quien es el artífice de su propio destino”, de modo que la clave radicaría en estar lo suficientemente “motivados” para conseguir tus metas. Desde esta lógica, si la clave está en mantener pensamiento y actitud positivas para “comerte el mundo”, entonces cuando no consigues lo que te has propuesto el problema eres tú, y nada tiene que ver el sistema. Pasas a engrosar esa gran masa humana de “perdedores” que no se esforzó lo suficiente para alcanzar sus objetivos. Dado que el mundo sería un perfecto mundo de iguales oportunidades para todos, la libertad consistiría, sencillamente, en una libertad formal: todos tenemos derecho, formalmente, a ser ricos, a trabajar todo lo que nos dé la gana, a estudiar en las universidades que nosotros elijamos las carreras que nosotros queramos, y lo único que “amenazaría” nuestra libertad sería el Estado.
Pero estaría bien preguntarse: ¿Acaso una familia con ingresos de $550 tiene la libertad para llevar a sus hijos a cualquier universidad? La tiene en el sentido formal, pero, en la práctica, se vuelve una libertad irrealizable por falta de recursos, así que realmente no es una libertad para todos sino un privilegio de quienes pueden costearlo. Dicho de otro modo: aquellos que tienen propiedades, dinero, educación, comida, salud, son ciertamente libres. Ellos pueden hacer lo que sea que quieran en una atmósfera de no interferencia, pero ¿qué hay de las personas que no están en esa posición? ¿Qué hay de aquellos que no tienen dinero, educación, alimento o acceso gratuito a medicinas? ¿Son esas personas libres? En el sentido positivo del término esas personas no son libres. No lo son en tanto que no son capaces de cristalizar sus proyectos vitales. De ahí que nosotros defendemos un concepto de libertad en positivo, en el sentido republicano.
Decía George Lakoff: “La libertad es emanciparnos de la necesidad” y Nina Simone: “La libertad es vivir sin miedo”, no solo el miedo a lo que te puedan hacer, sino también el miedo a que tus padres se pongan enfermos y no puedas pagarles una cama en una UCI, a que no encuentres empleo, a que no puedas alimentar a tus hijos; en definitiva, el miedo a la privación, a la precariedad, a la incertidumbre. Por tanto, la libertad no es, sencillamente, la posibilidad de retirarte de la sociedad siendo permanentemente un “coach” de ti mismo. Ser libre es tener derechos sociales, es tener la capacidad de elegir y materializar planes de vida, vidas en las que todo el mundo pueda vivir sin miedo, haciendo posible la justicia social.
Pero la justicia social no se la realiza asumiendo que la concentración de riqueza en la cúspide de la pirámide acabará cayendo y generando empleo, porque acá usualmente esa riqueza no cae nunca sino que termina fugándose a Panamá o a las islas Caimán. Un país no es más libre cuando los de arriba tienen mucho más, sino cuando la distancia entre los de arriba y los de abajo es mucho menor, en donde “los de arriba” no significa, claro está, los que ganan más de $550 al mes, sino esa minúscula porción de la sociedad que concentra más de 90% de la riqueza total.
Ese modelo de concentración de riqueza en la cúspide no solo que ha sido un modelo injusto, sino que es un modelo que no funciona. Es el modelo que ha regalado $1800 millones a la banca y a los grandes grupos económicos, decretando amnistías fiscales para perdonarles los impuestos que nunca pagaron. La justicia social, presupuesto de la verdadera libertad, se la realiza con instituciones públicas que nos nivelen, con un Estado fuerte que redistribuya recursos, lo cual es condición necesaria para que el ascensor social deje de estar roto. En ese sentido, nosotros rechazamos con contundencia ese concepto de libertad como el derecho de los ricos a seccionarse de sus sociedades, el derecho de quienes más tienen a decidir que no van a cumplir con las normas comunes ni respetar las normas fiscales, en una suerte de indignación de casta, mal acostumbrados como están a no pagar los impuestos.
Así, frente a la libertad entendida como la ley de la selva, de la lucha del penúltimo contra el último, nosotros defendemos una idea de libertad inseparable de las condiciones que hacen posible decidir con autonomía, como la posibilidad de vivir en una sociedad que te permite imaginar otros proyectos de vida porque garantiza la igualdad de oportunidades, porque como decía Marcelo Alegre “La igualdad es la igualdad de las personas libres, del mismo modo que la libertad que cuenta -la única que cuenta- es la igual libertad.”
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