Opinión
#Shotcuts post Chuchaqui Electoral
Con algunas reflexiones después del encebollado.
No hay tiempo para resacas… Sí, lo sé. Lo dice precisamente el indisciplinado que faltó a la última asamblea de La Kolmena porque “me siento destrozado” (no hay hemeroteca más maldita que nuestro chat de WhatsApp). Pues ya está, se acabó, a llorar a la llorería. La verdad es que no podemos darnos el lujo de seguir lamentándonos mientras la nueva camada de jóvenes políticos, encabezados por un chamito apellido Dahik (wtf!), se hacen selfies en Carondelet en tanto perfeccionan la transición hacia la versión más cool de la cojudocracia.
Cuando escribo estas líneas la diferencia de votos entre Noboa y Luisa es de 371,369 (99.57% escrutado), algo así como la población del cantón Santo Domingo de los Tsáchilas. ¿De qué “paliza” hablan los #Lavinialovers? Los datos que pongo a su consideración son todos extraídos de la entrevista que este martes (17/10/23) dio en el medio La Posta el investigador español Álvaro Marchante, gerente de la encuestadora Comunicaliza, firma que ha refrendando su prestigio tras la segunda vuelta electoral, acertando ampliamente con sus mediciones. Marchante arrojó algunas cifras que merecen una lectura profunda (para una reacción urgente):
- HAY UN VOTO CADA VEZ MENOS IDEOLÓGICO.
Según Marchante, el clivaje izquierda-derecha deviene intrascendente si consideramos que alrededor del 45% de la población votante no toma posición en esa frontera. “La gente no sabe cuál es su ideología, por tanto, necesitan el posicionamiento sobre issues, sobre temas concretos para saber cual es el candidato que atiende mejor sus preocupaciones puntuales”, apostilló.
- EL EJE CORREÍSMO-ANTICORREÍSMO SIGUE ORDENANDO EL TABLERO, AUNQUE CADA VEZ CON MENOS FUERZA.
La dicotomía que vertebra buena parte de la discusión sigue siendo la postura con respecto al correísmo como proyecto político. Menos del 20% de la población (entre el 13% y 16%) no toma partido en esa fractura, simplemente no se clasifica. El resto de la población, más del 80% de los consultados, considera que el eje correísmo-anticorreísmo mantiene su vigencia.
- HAY UN 20% DE CORREÍSTAS QUE SE CONSIDERAN DE DERECHA.
Es un dato interesante que tiene un correlato en la elección del alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez (un demócrata ejemplar). Otro dato de color proporcionado por Marchante es que “el correísmo coge un 25% del votante de Jan Topic”, esto pese al apoyo explícito que Topic dio a Noboa en el balotaje. Me pregunto: ¿Cuánto incidió el video tuiteado por Topic donde anunció rabiosamente que de ganar la presidencia perseguiría “a los corruptos que se encuentran prófugos, incluyendo a los miembros del correísmo”? (20/08/23, en X). Me parece que el francotirador apuntó mal con su incontinencia verbal.
- EL VOTO DE LOS JÓVENES ES TREMENDAMENTE FLUIDO.
Al inicio de la campaña Daniel Noboa lideraba con más de 20 puntos la intención del llamado “voto joven”; sin embargo, la campaña en clave lúdica que desplegó Luisa logró disminuir la brecha de una forma significativa, casi igualando a Noboa en las últimas semanas del balotaje. El punch final que le dio ventaja a Noboa entre el electorado joven fue la campaña de los muñecos de cartón (sí, sí…), y probablemente el “inocente” spot publicitario de Chito Vera tomando Quaker en pleno silencio electoral. Según Marchante, gerente de Comunicaliza, los votantes entre 21 y 35 años se decantaron mayoritariamente por Daniel Noboa. Entre 35 y 50 años la preferencia electoral favoreció a Luisa González. También se concluye que “el voto más adulto se iba con Noboa sin ninguna discusión”.
- EL VOTO DE LAS MUJERES FAVORECIÓ A LUISA, PERO MUY LIGERAMENTE.
Luisa González ganó entre mujeres y Daniel Noboa ganó entre varones; sin embargo, el apoyo de las mujeres a la candidatura de Luisa no fue ni mucho menos apabullante. “Casi hubo un empate entre Noboa y González (respecto al voto de mujeres), y la victoria de Noboa entre el segmento de hombres es evidente”. Este apartado merece un análisis extremadamente riguroso.
- LA CLASE MEDIA BAJA Y MEDIA VOTÓ MAYORITARIAMENTE POR NOBOA.
Hay un voto de clase (económica) marcado entre la clase más baja donde Luisa obtiene una ventaja de más de 15 puntos en relación a Noboa. Sin embargo, la distancia se acorta abruptamente con la clase media-baja (empate técnico) y se amplía en favor de Noboa en el segmento de clase media-media. Luego, entre los votantes de la clase media-alta y alta se verifica un empate. Marchante concluye que “fue realmente la clase media y media-baja quienes decidieron que Daniel Noboa fuese presidente”. Brutal.
- HAY UNA DISMINUCIÓN PROFUNDA DEL VOTO NULO Y BLANCO.
Dos provincias paradigmáticas que grafican esto son Cañar y Azuay, donde los votos blanco y nulo cayeron casi 23 puntos porcentuales (9,9% y 9,5%, respectivamente). A nivel nacional la caída del blanco y nulo fue de 9,4 puntos en relación a la última elección presidencial. Hay que considerar que en esta elección no hubo ningún candidato que llamare a anular el voto. ¡Fuck nulo ideológico! By the way: ¿Cuán determinante resultó la frontal oposición de la Conaie (de Leonidas) a la candidatura de Nobita?
REFLEXIONES POST ENCEBOLLADO, UNA HOJA DE RUTA PARA EL PROGRESISMO.
«Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino.»
Álvaro García Linera
- ¿CULPA DEL ELECTORADO?
¡Error! Por muy tentador que resulte, no podemos caer en eso. ¡Desclasados!, ¡florindos!, ¡lassies! son gritos que recomiendo ahogar en la almohada. Es que no podemos quedarnos en el reconocimiento tranquilizador de que nuestra lucha es moralmente superior y que, por tanto, la única explicación posible de la derrota está en el despliegue de mecanismos muy poderosos para cercarnos. Hay un poco de eso, pero, ya en serio… ¿de qué nos sirven las justificaciones y la autocomplacencia en este contexto? Ya sabíamos que jugábamos en cancha inclinada. Lo que urge preguntarnos es por qué mucha gente maltratada, que ha sufrido en su carne los embates del neoliberalismo, es capaz de elegir una alternativa distinta a la nuestra, entiéndase, un proyecto genuinamente democrático que prioriza al ser humano sobre el capital. ¿No será porque el adversario es hegemónico en la cultura? No se trata de condenar desde un purismo ideológico a los que mandan y a los que obedecen, se trata de comprender cómo carajo puede ser que después de todo un segmento considerable de la población (la mitad de los electores) siga votando por sus verdugos. Lo que debemos preguntarnos es cuanto hay de verdad en el relato que vincula a los sectores subalternos con los grupos dirigentes y, por tanto, cómo logramos romper esa identificación para reemplazarla por otra.
¿Por qué la clase media votó por Noboa (y Lavinia)?
Pues nos toca analizar cómo se está configurando este nuevo sentido común de época y disputarlo. Si queremos transformar la realidad, primero necesitamos interpretarla. Aprovecho este guiño a Carlitos (Marx) para hacer notar que aquel mantra que reza que “son las condiciones materiales las que determinan la conciencia” (materialismo dialéctico), fue desarrollado cuando no existía Ecuavisa, ni MasterChef, ni Netflix, ni Tiktok. ¡Maldito hereje!, solo un poco 😉
Hoy más que nunca Gramsci para entender que el factor más importante que explica las transformaciones históricas no son los condicionantes económicos sino la existencia de una voluntad social colectiva que SIEMPRE es producto de un trabajo cultural (ideológico). La realidad es que no todos votamos en función de nuestros intereses y por ello el hecho decisivo es la transformación subjetiva. El problema no es TikTok, el problema son los contenidos que se popularizan en TikTok. Es más política en TikTok. ¡Necesitamos un puto Bad Bunny de izquierda también! Requerimos de vehículos más potentes, ingeniosos y virales para popularizar nuestro sentido común. La hegemonía construye los sujetos y genera consensos sobre la capacidad de dirección, ese es el enfoque.
- ¿PERFECCIONAR EL MARKETING Y DESPLAZAR LA POLÍTICA?
No lo sé, Rick… Me parece que es hora de sortear la moda y rehabilitar la política. O mejor, poner de moda a la Política (con P mayúscula). Ninguna concesión a cualquier buenismo sospechoso que promueva el apoliticismo en nombre de la eficacia o la inmediatez ética. El apoliticismo, enseña Zizek, se convierte en una herramienta de lucha efectiva contra las ideas de emancipación. ¡Es pura política en favor del establishment! Las construcciones antipolíticas refuerzan el pensamiento individualista, socavan el valor de lo colectivo y, en última instancia, amenazan la democracia. “No existe ideología más fuerte que la enunciación de no tener ideología”, siempre Althusser.
Entonces, ¿al carajo el marketing? Por supuesto que no. Pero no puede ser más importante el medio que el sustrato. Primero lo primero. Este giro de la fe a la estética, del compromiso al espectáculo, es un síntoma de la hegemonía del capitalismo cultural (Fisher). Ese “proyecto político improbable” del que hablaba Noboa justo en la noche de su victoria electoral no es sino la confirmación de algo que veníamos sospechando hace algún tiempo: los datos no matan al relato. La política, nos dice Gutiérrez-Rubí, “debe ser la emoción de la esperanza necesaria y urgente” (Gestionar las emociones políticas) y, por lo tanto, el relato y la narración son la llave de todo.
Politizar lo que está naturalizado es una manera de radicalizar la democracia. No hay una inherencia en la tesis de que porque los trabajadores son explotados eso per se ya constituye un hecho político, no, ¡hay que politizarlo! No hay una inmanencia de la dominación de los hombres sobre las mujeres, hay que politizarlo. No nos basta con conocer los porqués, lo importante es saber interpretarlos y hacer pedagogía en el lenguaje de los medios a los ciudadanos que tienen miedo a salir a la calle, que han perdido sus trabajos, su calidad de vida y su esperanza en el futuro.
De lo que se trata, al final, es de enseñar a las clases subalternas a mirar el mundo con unas gafas distintas a las que usan hoy (las de sus opresores). Mostrar las costuras de la Matrix (en caso de duda: tomar la píldora roja). Sustituir los filtros de instagram que romantizan la realidad, por nuevos y mejores filtros diseñados por nosotros que nos permitan ver lo real. ¿Cómo se logra eso? Con POLÍTICA. La consigna debe ser extremar la política y hacerlo de forma creativa, lúdica y potable, entendiendo que las emociones socializan, vinculan y son la base de cualquier movilización.
- ¿MÁS ACTIVISMO Y MENOS MILITANCIA?
Definitivamente no. Hay que reforzar la cultura militante, condición de futuro de cualquier proyecto político con vocación hegemónica. Si no nos preocupamos por seguir robusteciendo el tejido orgánico, terminaremos por convertirnos en maquinarias que únicamente se activan en coyunturas electorales.
“Necesitamos recuperar la poesía como herramienta de lucha y de concientización”, la frase cursi es de Leandro Santoro, pero contiene claves que no podemos desdeñar. Significa que debemos popularizar nuestra pasión por la militancia, por lo cooperativo, por la amistad, acaso el ejercicio contracultural más potente que tenemos para luchar contra la racionalidad neoliberal. “Es que se tiene que poder experimentar de manera colectiva y se tiene que hacer de la capacidad poética de soñar un instrumento para lograr articular un colectivo que sea lo suficientemente poderoso como para romper con las estructuras de pensamiento vigentes y hegemónicas”. Traducción: Hay que estructurar una nueva forma de ver la política y la militancia; construir conciencia política con hechos y acontecimientos que vayan más allá del consumo, la economía o el entretenimiento hedonista y superficial. Debemos crear espacios para ese “contacto social” del que habla Beasley-Murray (Poshegemonía), propiciar entornos y experiencias que fortalezcan el compromiso personal, el sentido de pertenencia a una tribu, algo que trascienda la mera adhesión ideológica. Una “política de cuerpos” que facilite encuentros y forme hábitos y afectos que nos ayuden a construir un cuerpo colectivo más potente. Experimentar las ideas políticas es más ganador que, simplemente, proclamarlas (Gutiérrez-Rubí). Se trata de combinar virtuosamente lo ideológico con lo emocional. Ampliar, consolidar y fundamentar. Es el momento de enseñar con ejemplos concretos que sí es posible ese nuevo horizonte civilizatorio donde las actitudes individualistas no tienen cabida. Somos más felices si estamos todos bien; solo somos libres si somos libres juntos; cuidar lo público es cuidar de todos.
Sobre esto último, una reflexión. ¿Saben por qué la derecha ataca lo público?
La respuesta más evidente podría ser que con la destrucción de lo público se beneficia lo privado, es decir, que los derechos y los servicios pasan a ser mercancías al alcance de un precio, lo que favorece el clima de “negocios” y el “emprendedurismo” (es que “el pobre solo es pobre porque quiere”, ¿así es no?). Hay algo de eso, pero no solo es eso. Estoy con Errejón cuando sostiene que la derecha ataca lo público porque en lo público se fabrica la subjetividad democrática de una sociedad. Se ataca lo público porque atacándolo lesionan el espíritu de nuestro horizonte civilizatorio en clave progresista. Porque cuando lo público funciona se convierte en una bandera transversal que nos hermana en la defensa de lo común, de lo que es de todos. Un servicio público fortalecido nos demuestra que no hay necesidad de tener mucho dinero en la billetera para vivir con dignidad, y que si mañana nos va mal en la vida hay un Estado que nos cuida, hay instituciones públicas a nuestro servicio, con independencia de como te apellides, de quienes sean tus contactos (palancas), o donde hayas nacido. Esa experiencia cotidiana con lo público se convierte en una fábrica de ciudadanos democráticos. De ahí que nuestros adversarios necesiten atacarlo para producir fábricas de ciudadanos egoístas, individualistas, trepadores y cínicos, acostumbrados al hábitat del sálvese quien pueda (o sálvese quien tenga), la ley de la selva. Un sentido común que enseña que la imitación del de arriba es más provechosa que la solidaridad con el de al lado. La realidad ecuatoriana nos muestra que tal operación cultural tiene una traducción electoral. La desconfianza por las salidas colectivas y la desafección por la entidad pública -la matriz del bien común- permite que quien encarna los valores neoliberales sea visto como una opción sensata, casi que natural. No olvidemos que el binomio ganador Noboa-Abad habló, sin ningún rubor, de privatizar la salud, la educación, la seguridad social, etc.
Mientras más se impregnen los (anti)valores neoliberales en el tejido social, más difícil resultará pensar en un retorno de la ética del altruismo y la solidaridad. No olvidemos que todo orden es exitoso en la medida en que logra producir a sus propios sujetos. Las sociedades de mercado construyen sujetos de mercado. Nos toca boicotear el “éxito” neoliberal, un proyecto económico y cultural incompatible con la vida digna e inherentemente disfuncional. Es una cruzada contra la zombificación; nuestra decidida resistencia a ese proceso perverso que está convirtiendo a los seres humanos en órganos sexuales del capital, en vulgares sujetos de rendimiento (Byung Chul-Han). Lo que se propone es avanzar con pasos firmes hacia la suscripción de un nuevo contrato social ciudadano. Sí, se dice fácil y rápido, pero podemos, debemos y necesitamos hacerlo. Hay una mitad de la población que adhiere nuestra dirección intelectual y moral.
- ¿ABJURAR IDEOLOGÍA?
Bullshit! No cuenten conmigo para eso. La ideología es nuestra forma de ser y estar en el mundo. Lo que necesitamos son nuevas formas de transmitir nuestras ideas. Convencer es persuadir y para persuadir no hace falta que nos obsesionemos con los rótulos o símbolos que nos identifican como gente de izquierda. Hay que tener una relación laica con las metáforas porque no es más importante lo que digamos o cómo nos presentemos, que lo que en verdad somos y hacemos por las causas que nos mueven. Lo verdaderamente importante es lo que creemos y los valores que defendemos en nuestra vida cotidiana: ser humano sobre el capital, libertad con justicia social, cooperativismo, etc.
La pregunta es: ¿a quién buscamos representar?, ¿a la sociedad toda o a la gente de izquierda? Si como dicen las encuestas, en nuestro país el eje izquierda-derecha deviene intrascendente para articular políticamente, ¿por qué seguir moviéndonos en esa geografía? Esto no es un llamado a renunciar a nuestra ideología, esta es una operación netamente estratégica. Es que la misión de la izquierda no es unificar la izquierda (¿o sí?) sino trascenderse a sí misma para convertirse en un proyecto universal (un orden hegemónico). Transversalidad, la palabra clave.
La consigna, por tanto, es ampliar las fronteras del debate, ensanchar el campo de lo popular. Al diablo con los arcángeles de la política que sacralizan sus identidades, a ellos les dejamos la pureza de la derrota. No somos más de izquierda porque aprendimos a repetir como loros el Manifiesto Comunista, ni porque nos hagamos un tatuaje del Che Guevara en la espalda. Somos lo que hacemos o lo que estamos dispuestos a hacer, no lo que decimos que somos.
Así que debemos construir esa voluntad de transformación, convencer a la gente decente y patriota (¿hace falta más?) que de esta tragedia que nos golpea a todos -casi por igual- solo podemos escapar en colectivo. Y esto, si lo piensan bien, es una idea puramente socialista a la que no hace falta estamparle una etiqueta para refrendar su valía. Si queremos articular debemos ser más estratégicos, grabarlo a fuego. Esto me lleva al siguiente apartado.
- ¿SUPERAR EL CORREÍSMO?
¡Rotundamente no! He hablado antes de la necesidad de trascenderlo, es decir, de actualizarlo, de insuflarle nuevas demandas e ilusiones movilizadoras (se lo planteé directamente al expresidente Rafael Correa en una entrevista en Bélgica), pero sobre eso no me voy a referir ahora. En línea con el apartado anterior, creo que el correísmo, como cualquier identidad política, debe ser mucho más que un simple fetiche. Su utilidad se dimensiona en la capacidad de articulación, en la idoneidad para enlazar demandas heterogéneas en un frente común de batalla. Es Terry Eagleton quien afirma que “sólo hay una cosa peor que la identidad y es no tener ninguna». Ironía ácida, pero cierta.
Las encuestas nos dicen que hoy el correísmo sirve tanto para articular segmentos identificados con valores progresistas, como para integrar a otro porcentaje menor de la población que se reconoce de derecha (20%, según la encuestadora Comunicaliza). ¡Es una gran noticia! (Leer a Lakoff y sus desarrollos sobre el biconceptualismo en “Puntos de Reflexión. Manual del Progresista”)
Ahora bien, debemos hacer algo más que reivindicar identidades, se los dice un correísta orgulloso. Es que no podemos pretender que todos a quienes queremos convencer estén dispuestos a reconocerse también correístas. Nuevamente el llamado a ser estratégicos. ¿Por qué mejor no apelar a una identidad de consenso universal?, ¿qué tal si nos plantamos en las próximas elecciones como demócratas y patriotas? Si el neoliberalismo es la cara opuesta a la democracia, ¿por qué no impulsar la conformación de un bloque histórico integrado por demócratas? No es difícil explicar que el modelo neoliberal no es compatible con los valores auténticamente democráticos.
A donde voy es que debemos salir del gueto para expandir las fronteras de la discusión política. El objetivo es construir una voluntad de transformación que, aunque no necesariamente se identifique con nuestros símbolos y banderas, nos permita concluir todos los días que el egoísmo racional no es la vía para conseguir vidas más felices. Un proyecto nacional popular que postule propuestas, ideas, aspiraciones y afectos que vuelvan a ser capaces de seducir a esa parte de la población menos politizada que posee una voluntad espontánea de equilibrio de la balanza. Son muchas las personas (la mayoría) que anhelan vidas más tranquilas y seguras; son muchas más las que están dispuestas a juntarse por una regeneración democrática, por un país un poco más igualitario, más seguro, con salud, educación, con un Estado fuerte que cuide de todos y no deje a nadie atrás. Ese país donde los derechos no sean privilegios de quienes puedan comprarlos.
- ¿DATO MATO RELATO?
Me temo que no. La verdad es que los datos por sí solos no nos sirven para nada. Si hemos convenido en que la política es fundamentalmente una construcción de sentido, esto significa que la mera exposición de datos resulta insuficiente para generar movimiento. Tenemos que inscribir los datos en una estructura de sentido, en un relato, en una historia con poder de persuasión. Convencer es algo mucho más sofisticado que vencer. Para vencer solo hace falta la fuerza bruta, para convencer hay que trabajar el consentimiento, la voluntad, los afectos y emociones.
Así que no basta con exhibir los datos sobre lo bien que estuvimos antes (pasado) VS lo mal que estamos hoy (presente). Sí, es cierto, disponemos de estadísticas maravillosas que nos hacen inflar el pecho por todos los hitos conseguidos durante los diez años de Revolución Ciudadana. Lo sabemos, fue una transformación histórica, legendaria, referencia mundial… Ojalá bastare con eso para asegurarnos un triunfo electoral, lamentablemente no funciona así.
El desafío entonces es perfeccionar el arte de la persuasión, confeccionar mejores relatos sobre una base cierta, siempre con honestidad intelectual, para inspirar nuevos horizontes, para renovar la fe en nuestros símbolos, pero también para crear nuevos mitos. Nos toca refrescar nuestra propuesta comunicacional explorando otros registros, permeando más demandas, escuchando con mayor atención las inquietudes y exigencias de los jóvenes, condición de posibilidad de cualquier proyecto político preocupado por mantener vigencia.
Es a través de los relatos, del poder performativo de la palabra -no de los datos- que logramos darle un significado político (u otro) a nuestros dolores, a nuestra indignación y a nuestros miedos. Disputar las palabras, dotar de contenido los significantes, es también hacer política. Debemos bregar por que nuestras narrativas logren intervenir la realidad desde una visión progresista. Deben ser nuestras explicaciones las que se impongan en esa lucha dialéctica por la interpretación del estado de cosas. Debemos ser convincentes, porque un discurso convence o no, y es por eso que hay que redoblar esfuerzos en la disputa de marcos, los encuadres y la batalla del framing.
- ¿CONSTRUIR ALIANZAS?
Si lo que queremos es acumular poder para operar transformaciones, definitivamente sí. De eso va la política. Quiero machacar la idea de que no nos bastamos solos. No nos alcanza con los nuestros y esto no implica renunciar a lo que somos, pero si queremos que nuestras ideas en un momento dado dejen de ser las ideas de la izquierda -o del correísmo- para convertirse en las ideas de todo un pueblo; si queremos pasar de ser una parte del todo, a conquistar el todo, entonces debemos apelar a la consolidación de un bloque histórico que eche mano de los mimbres de lo nacional popular. Eso es construir hegemonía. Estamos obligados a traspasar nuestra propia frontera asumiendo los riesgos que aquello conlleva. Toda identidad tiene siempre una tensión: si se amplía mucho se vacía y si se cierra demasiado se marginaliza. Lo asumimos, sí, porque si no lo hacemos corremos el riesgo de bunkerizarnos hasta convertirnos en un fósil de colección, un grupúsculo periférico condenado eternamente a la derrota. No le sirve a nuestra vocación transformadora el purismo ideológico, necesitamos hacer alianzas con todos los grupos que reconozcan al mismo adversario (antagonista común). Sí, lo repito, para ello hay que asumir contradicciones (sin traspasar líneas rojas). Tanto en términos tácticos como estratégicos hay que trabajar en la conformación de ese bloque popular de largo aliento, hacerlo con sentido de urgencia, sin más tiempo que perder.
También debemos aceptar que hay una serie de discusiones transversales que no encajan con facilidad en los ejes tradicionales de nuestro espectro político. Ni el eje izquierda-derecha, mucho menos el correísmo-anticorreísmo, nos sirven para politizar problemáticas contemporáneas como la salud mental, el feminismo, el ecologismo, etc. De lo que se trata, al final, es de construir un espacio amplio y heterogéneo que ponga a la vida común en el centro del debate. Solo en unidad incrustaremos coyuntura y seremos más eficaces en la lucha por la vida cotidiana. Es hora de dejar de pensar en grandes revoluciones y centrarnos en la micropolítica, en cavar trincheras en el sentido común dominante. Guerra de posiciones antes que guerra de maniobra. El gran reto a partir de ahora debe ser propiciar las condiciones para micro revoluciones cotidianas, esas que se hacen para disputar la vida simple. El momento es ahora, es en tiempos de crisis cuando las fuerzas transformadoras tienen más oportunidades. Hay un caldo de cultivo, se abren espacios para la resignificación, para tejer alianzas, solo hace falta voluntad para radicalizar la política.
- PRODUCIR EJEMPLOS.
No hay nada más poderoso que el ejemplo. A Confucio se le atribuye la frase: “dime algo y lo olvidaré, enséñame algo y lo recordaré, hazme partícipe de algo y lo aprenderé”. Necesitamos producir ejemplos que demuestren que es posible una vida distinta en sociedad. No hace falta que sean ejemplos extremadamente ambiciosos. La batuta la tienen nuestras autoridades locales, en ellos la responsabilidad de desmercantilizar necesidades. Un llamado a los gobiernos seccionales de signo progresista a liberar tiempo; a liberar lugares en los que podamos estar sin tener que gastar; a propiciar entornos en los que nos podamos sentir ciudadanos y no clientes; a diseñar espacios o entidades a donde podamos acudir para el ocio, para la recreación de una forma espontánea, sin necesidad de dinero. Eso que la teórica del urbanismo Jane Jacobs llamó el “espacio vital”, espacios urbanos a escala humana en los que la persona se sienta en el centro; ambientes llenos de vida donde podamos compartir y reconocernos con nuestros iguales. Tales ejemplos concretos se convierten en nuestros mejores aliados para hacer pedagogía (política), nos permiten popularizar nuestra alternativa, ese convencimiento de que la convivencia puede ser de otra manera. Ninguna impugnación moral contra el neoliberalismo es más potente que la producción de ejemplos de cooperación, de imágenes concretas de una vida democrática donde todos, sin excepción, podamos disfrutar de la riqueza colectiva (capital social). Este debe ser nuestro aire para tiempos de elecciones, nuestra campaña anticipada, nuestra propuesta intelectual condensada y simplificada. ¿Es que existe un antídoto más eficaz contra el neoliberalismo que un sistema público que funciona? Un hospital público decente, bien dotado, con profesionales de primera; una escuela pública con excelentes instalaciones y docentes de buen nivel; un parque público seguro, con generosas áreas verdes y juegos infantiles; una biblioteca pública amigable, con programas culturales para todas las edades, etc., son fábricas por excelencia de ciudadanos democráticos, es allí donde se gesta la subjetividad progresista, es allí donde se aprende la importancia de la fiscalidad (cultura tributaria): si todos contribuimos, sobre todo si quienes más tienen más contribuyen, podemos tener un servicio público gratuito y universal que cuide de todos. Todo esto lo paga la riqueza social centralizada en instituciones democráticamente controladas para que la gente viva vidas más libres y sin miedo.
Si dejamos que la lógica neoliberal (mercantilización y competencia salvaje) siga apoderándose de nuestra cotidianidad, impregnando todas las facetas de nuestra vida, tanto materiales como subjetivas, lo esperable es que en la papeleta electoral se favorezca una opción que encarne esos valores, una preferencia por “lo seguro”, por ese “orden natural inevitable”, ese hábitat que nos enseña a cuidarnos de los demás. Es que vivimos en un país donde o pisas o te pisan, donde hay que arrimarse a los fuertes y despreciar a los débiles para conseguir el mismo “éxito” que ellos. ¿Se han preguntado por qué en el Ecuador la “viveza criolla” es considerada una virtud? Entonces… ¿Por qué votar por una opción diferente a lo que vemos en el día a día?, ¿por qué arriesgarnos a apoyar un orden de cosas que no conocemos? Nosotros decimos que hay que votar por como nos gustaría que sea el mundo, pero esa mera apelación no mueve a las mayorías, deviene un arcano, un horizonte “naíf” que no todos se lo pueden permitir. Al menos eso es lo que el sistema nos ha hecho creer. Todo esto explica el ataque virulento de los escuderos neoliberales a lo público, no solo los motiva el hacer negocios, su objetivo principal es la destrucción de nuestra alma, la extinción de una idea que amenaza su hegemonía, el debilitamiento de una militancia por otro mundo posible.
Ahora bien, no basta con producir ejemplos, por muy buenos que éstos sean, si no logramos hacer una correcta pedagogía. No es nada fácil pulverizar sentidos comunes sedimentados. A la implementación de políticas públicas hay que acompañarle una adecuada comunicación. La comunicación política también va de eso. Va de explicarle al ciudadano común que todo lo que un gobierno puede hacer para mejorar la calidad de vida de la gente no sería posible sin que todos nos impliquemos en el buen funcionamiento de lo público. “No es magia, son tus impuestos”, es el eslogan del Ministerio de Hacienda en España. La principal preocupación, antes de pensar en como reducir los costos públicos, debe ser transmitir los beneficios de esas políticas que se implementan con mayor prioridad. Hay que tomarse un tiempo para explicar cómo la gestión de los gobiernos de signo progresista está marcando la diferencia. Es que la praxis política no debe tornarse insensible, es necesario humanizarla. En tanto más proximidad exista con el ciudadano, en tanto más se baje a territorio y se pulse el sentir de las calles, más confianza y legitimidad se cosechará. Los sentimientos juegan un papel determinante en el compromiso y la acción política. Si no somos capaces de transmitir ilusiones y pasión por el cambio difícilmente conectaremos con los ciudadanos. Hay que involucrarlos, hay que escucharlos, hay que reír y llorar con ellos, hay que propiciar las condiciones para que toda transformación social genere un impacto emocional. Se trata de crear un “nosotros político”, un sujeto colectivo que se empodere de los bienes comunes, que participe en el debate público, que recupere el control democrático de su vida, que se sienta dueño de su destino, un destino común donde todos estén dispuestos a arrimar el hombro según sus capacidades. Se trata de “crear momentos y contenidos memorables”, como dice Gutiérrez-Rubí. Solo así podemos debilitar el sentido común neoliberal que se nos metió en la médula.
Lo antedicho nos lleva a la conclusión de que la batalla cultural es mucho más que un simple duelo retórico o discursivo. Es, fundamentalmente, una eficaz comunicación de las acciones que nos mueven como militantes del campo progresista. Es transmitir el hacer con pasión y creatividad, es mantener viva la chispa de la ilusión por un país cada vez más habitable. Es la producción de cosas concretas que mantengan fuerte nuestra subjetividad democrática. Solo así, cuando volvamos a pedir a la gente que se afilie, que milite o que vote por nosotros para un proyecto nacional, probablemente lo harán sin la sensación de dar un salto a lo desconocido. A toda gran batalla política le precede una batalla cultural. ¡A disputarla desde ya!
- RENOVAR LA LUCHA.
El 11 de abril de 2021, quien escribe estas líneas vivió una suerte de duelo tras la derrota electoral contra Guillermo Lasso. Aquella aciaga noche no atiné más que a desfogar todo mi caos emocional con un mensaje de voz enviado al grupo de WhatsApp que comparto con mis compañeros de La Kolmena. Quien diría que el banquero presidente no lograre completar su mandato por motivos escandalosos; quien diría que su sucesor sería un representante del mismo bloque de las élites que tanto daño le ha hecho a nuestro país… Hoy, 22 de octubre de 2023, cuando se cumple una semana de la victoria de Daniel Noboa en las urnas, me permito transcribir aquella arenga espontánea que pronuncié hace dos años y medio. La consigna se mantiene invariable. No es pequeño el objetivo, pero es mayor la voluntad. 2025 será el año de la victoria popular.
“Compas queridos, seguramente es muy difícil describir lo que estamos sintiendo en este momento… El dolor es grande, francamente no nos esperábamos esto, pero estamos obligados a mirar para adelante, desde ya. Se vienen cuatro años de lucha, se vienen cuatro años de la construcción del poder popular, esta es la única vía, compañeros. No podemos perder ni un minuto más en ese objetivo. Será este un proceso que requerirá de la suma de voluntades, de la asunción de sacrificios, de disciplina militante, sostenida, desinteresada, de coherencia ideológica y de organización, mucha organización. La esperanza no puede ser fe ciega, no nos aferramos a una utopía sin sentido ni a nada parecido a superstición o fanatismo religioso. No. Nuestro horizonte es real, en verdad nos lo creemos y hacia allá nos dirigimos, digo hacia allá nos dirigimos porque vamos hacia algo, no vamos contra algo, que es lo que se impuso hoy. Construir pueblo, compañeros, a partir de la memoria, esa memoria histórica que ha flaqueado, ese debe ser nuestro principal objetivo, el primero, el de mañana. Lo nuevo ha de definirse en respuesta a lo ya establecido, y al mismo tiempo lo establecido, lo que hoy ha ganado por voluntad de la mayoría, ha de poder reconfigurarse en respuesta a lo nuevo, a lo que nosotros representamos. Porque estamos claros en algo, no vamos a esperar cuatro años para luchar por nuestro modelo. La lucha ha de ser diaria. Es el momento de las micro revoluciones cotidianas, de lo que se trata es de cavar trincheras en el sentido común dominante. De esto va la revolución cultural. Ha quedado claro, hoy ha quedado muy claro: las decisiones electorales no se derivan de las posiciones sociales. Es a través de la política, de la construcción política, de la disputa discursiva, que vamos a lograr construir ese concepto de interés general. Debemos insuflar de identidad a ese bloque histórico que sigue siendo un gran pendiente. Porque la hegemonía es consentimiento, se trata de inspirar un fin universal por el que valga la pena luchar. No podemos bajar los brazos, no tenemos nada que perder más que las cadenas. En la lucha del pueblo nadie se cansa, que no queden fuerzas para rendirse.
(VIDEO: https://www.youtube.com/watch?v=Kfhh_diw09w)
No hay más tiempo para resacas… ¡Con optimismo histórico!
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